Sunday, July 10, 2005
Friday, May 27, 2005
Pastillas para vivir
Con El Flaco del Botero y una gotita de héctor.
-Hay días en que siento que estoy desapareciendo- dijo mientras el diazepam vacío rodaba por el piso de su habitación.
-Hoy es tu día de suerte- dijo una voz que atravesaba el muro- busca más de eso, estás muy cerca de encontrar la verdad, sólo sigue buscando…
Sobre el escritorio descansaba una nota indivisible.
-Despedida de una flor con color impalpable… nada más valen mis líneas... nunca logré tocarte… - dijo el hombre.
Una prescripción en su mano. El arenero no visitaba su habitación.
La flor seguía sin entenderlo... y yo me empezaba a parecer a ella.
Veía la flor a un paso… y él quería tenerla… quería conocerla… acariciarla… y rodearla con un lazo de seda… él esperaba su paso hacia él… pero la flor ya tenía un lazo que acariciar.
La duda rondaba en el pueblo… nadie más quiso volver a sembrar.
-Y el hombre desapareció… así no más, con su flor de diazepam.
Al rato, el arenero estaba afuera tocando su puerta, y traía una semilla...esa era yo.
-Hay días en que siento que estoy desapareciendo- dijo mientras el diazepam vacío rodaba por el piso de su habitación.
-Hoy es tu día de suerte- dijo una voz que atravesaba el muro- busca más de eso, estás muy cerca de encontrar la verdad, sólo sigue buscando…
Sobre el escritorio descansaba una nota indivisible.
-Despedida de una flor con color impalpable… nada más valen mis líneas... nunca logré tocarte… - dijo el hombre.
Una prescripción en su mano. El arenero no visitaba su habitación.
La flor seguía sin entenderlo... y yo me empezaba a parecer a ella.
Veía la flor a un paso… y él quería tenerla… quería conocerla… acariciarla… y rodearla con un lazo de seda… él esperaba su paso hacia él… pero la flor ya tenía un lazo que acariciar.
La duda rondaba en el pueblo… nadie más quiso volver a sembrar.
-Y el hombre desapareció… así no más, con su flor de diazepam.
Al rato, el arenero estaba afuera tocando su puerta, y traía una semilla...esa era yo.
Tuesday, February 15, 2005
Un sentido para cuento chino
Con Blue Meanie, Paola, Héctor, Long John Silver y El_Flaco_del_Botero
Había una vez un chinito sin ojos rasgados, que se perdió en una noche de lluvia. Se sentía sólo y en su mano traía un cuento... pero no era un cuento de hadas y dragones; tampoco era una historia de princesas y amor, era el cuento del escritor.
El escritor no era chino, pero tenía los ojos rasgados; rasgados pero aún vivos, vivos por la vida y el tiempo que hizo de él un niño... un niño grande, un niño adulto... un viejo.
En su mirada se podía notar la tristeza de alguien que llevaba mucho tiempo tratando de no ver atrás, de no recordar aquellas glorias y derrotas. Pero no se puede -pensó un día, mientras tomaba el cuento entre sus manos y lo miraba con sus ojos vivos y no rasgados.
Pronto, de su boca salió una flor... y la llevó a la estación de trenes y a una mujer a la que no recordaba, pero sabía que pertenecía al olvido.
En su vestido se veían historias de murallas y soldados... sus botones pedían amor... sus mejillas pasión.
Sus manos se escondían por lo cansadas y usadas que se veían, estaba él ya cansado de su vida, quería encontrar la razón de su vida, quería él...
él realmente deseaba encontrar esa razón olvidada, que por momentos en la chica del tren observaba... y de pronto recordó, o pensó, que con ella encontraría sus respuestas.
Pero acercarse era casi imposible, en sus ojos él era casi invisible... no, era invisible.
Una lágrima acarició su sonrisa, y entonces escuchó un susurro... y era su nombre... pero él no podía nombrarlo, pues sabía que después de decir su nombre, ninguna palabra podría superar su belleza... esa belleza que ni la misma belleza podía ver... porque carecía de sentidos.
Había vivido sólo con el tacto que hizo que un cuento del escritor sobre un chinito sin ojos rasgados se convirtiera al fin para ella en un cuento de amor. Fin.
Había una vez un chinito sin ojos rasgados, que se perdió en una noche de lluvia. Se sentía sólo y en su mano traía un cuento... pero no era un cuento de hadas y dragones; tampoco era una historia de princesas y amor, era el cuento del escritor.
El escritor no era chino, pero tenía los ojos rasgados; rasgados pero aún vivos, vivos por la vida y el tiempo que hizo de él un niño... un niño grande, un niño adulto... un viejo.
En su mirada se podía notar la tristeza de alguien que llevaba mucho tiempo tratando de no ver atrás, de no recordar aquellas glorias y derrotas. Pero no se puede -pensó un día, mientras tomaba el cuento entre sus manos y lo miraba con sus ojos vivos y no rasgados.
Pronto, de su boca salió una flor... y la llevó a la estación de trenes y a una mujer a la que no recordaba, pero sabía que pertenecía al olvido.
En su vestido se veían historias de murallas y soldados... sus botones pedían amor... sus mejillas pasión.
Sus manos se escondían por lo cansadas y usadas que se veían, estaba él ya cansado de su vida, quería encontrar la razón de su vida, quería él...
él realmente deseaba encontrar esa razón olvidada, que por momentos en la chica del tren observaba... y de pronto recordó, o pensó, que con ella encontraría sus respuestas.
Pero acercarse era casi imposible, en sus ojos él era casi invisible... no, era invisible.
Una lágrima acarició su sonrisa, y entonces escuchó un susurro... y era su nombre... pero él no podía nombrarlo, pues sabía que después de decir su nombre, ninguna palabra podría superar su belleza... esa belleza que ni la misma belleza podía ver... porque carecía de sentidos.
Había vivido sólo con el tacto que hizo que un cuento del escritor sobre un chinito sin ojos rasgados se convirtiera al fin para ella en un cuento de amor. Fin.
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